«Anoche una puesta de sol inefablemente extraña y bella, cielo lleno de brumas rosa, anaranjadas. Lo admiré, sobre todo, al pasar sobre el puente de Grenelle, reflejado por el Sena cargado de chalanas. Todo se fundía en una armonía cálida y tierna. En el tranvía de Saint-Sulpice, desde donde contemplaba maravillado ese espectáculo, comprobé que nadie, absolutamente nadie, le prestaba atención. No había una sola de las caras que no tuviera un aspecto absorto, serio… Sin embargo, pensé, algunos viajan lejos para no ver nada que sea más bello. Pero el humano, las más de las veces, no reconoce aquella belleza que no compra, y es por eso por lo que la oferta de Dios es tan a menudo desdeñada.»